Mirar las hormigas

Últimamente solo veo gente moviéndose. Gente que hace cosas. Muchas. Cuantas más mejor. O, más que hacerlas, las muestran. Viajan, emprenden, van a eventos, se aman desaforadamente, pintan, bailan, esculpen, fotografían todo, van a conciertos, o peor, tienen una banda y ensayan, se relacionan en explosiones de diez segundos, hablan rápido, no escuchan (solo asienten como si) cenan en grupo, compran, vuelven a viajar. Quedamos hoy, venga, rápido que tengo prisa. Mañana no, mañana no puedo, tengo curso de cerámica y luego voy a una sesión de coach y luego vuelvo al trabajo y luego he quedado en pasarme por casa de Pepe, y luego quedé con un grupo de treinta personas para cenar, gente sana, por supuesto, y luego a bailar por ahí y luego madrugo y luego… ¿Y tú qué haces? ¿A qué te dedicas? Vaya, qué poco interesante, no haces nada y ni siquiera inventas que lo haces. No me interesas. No tengo tiempo de mirar las hormigas sentado en el balcón. La vida es para los valientes y los masterchefs.

Cada cosa que escribo aquí está relacionada con algo que he leído anteriormente. Intento poner el foco en el autor o en su obra, o en ambas. Cuando digo «obra» me refiero a lo que hace y lo que hace puede ser solo una cosa, o ninguna. Me gusta, además, que sea solo una. Ya estoy un poco cansada de tanto pluriempleado y tanto hiperactivo.

Bajo estas letras, descansan las palabras recientemente leídas del poeta Rafael Espejo, quien considera revolucionaria la pereza y la lentitud. Espejo dice  “La imagen de alguien recostado en el sofá con la tele apagada, sin producir ni consumir, suele poner nerviosa a la gente”. Y tiene razón. Es como cuando comentas que hace años que no compras ropa y que cuando lo haces vas a la misma tienda de segunda mano de siempre. O como cuando dices que no quieres una gran casa ni un gran coche y que huyes de los hombres que muestran sus patologías materiales. Es como cuando confiesas que no te interesa tener un gran sueldo, ni viajar a los Fiordos. Te miran raro.

En el mundo de lo abundante, algunos nos alejamos conscientes de que tal alejamiento produce monstruos, pero agradecemos el estar aquí, aunque no entendamos nada.

MADRIGUERA

Al alba, con el sol, la humareda
subía de la tierra como el vaho de un horno.
Carlos Martínez Rivas

Desde las mantas,
como el vaho de un horno,
sube su aliento rancio en la mañana:

huele a barro
el regusto lechoso y fermentado
de su sueño en la boca.

Con hilillo de baba
seca en la comisura de sus labios

y un sudor aceitoso surcándole la piel.
Las greñas enredadas.

(¿No desean lamerla, retozarse con ella
como serpientes entre hierbas altas?)

Así la quiero yo: hedionda,
envuelta en la placenta de los días;
presta para nacer entre mis brazos
con las primeras gotas de una luz
que la persiana filtre
macerando sus ojos.

Así. Pura mujer. Sin trampas.
Pestilente. Fluvial.
Inmaculada.

Rafael Espejo

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