El otro día escribí un artículo de 431 palabras. No fue por gusto esta vez, fue una prueba para demostrar ante un tercero (un software, seguramente, o un influencer) que soy capaz de redactar un texto de 431 palabras sobre un tema cultural, con un español neutro, sin faltas de ortografía e incluyendo cuatro palabras específicas relacionadas con el tema elegido. El tema lo elegí yo: cultura. El subtema y las palabras específicas no: Clásicos de la Literatura española.
El artículo empezaba así:
«La lectura ya no se considera tan solo una afición, como tampoco lo son asistir a una obra de teatro o ver una película. Más allá de su papel de distracción, estas tres actividades forman parte de los pilares fundamentales de la cultura de un país. Un libro, por tanto, no es solo un conjunto de hojas grapadas llenas de palabras que cuentan una historia. Un libro es una declaración de intenciones (no solo del autor, sino también del lector) y leer es, en sí mismo, un acto de resistencia. Por eso, al comprar un libro estamos contribuyendo a algo mucho más trascendental que una mera transacción comercial, igual que al elegir qué leemos. Decidir qué leer no es tarea baladí. Ante la duda, lo mejor es decantarse por un clásico de la literatura española. Todos ellos han trascendido a su tiempo y han llegado hasta el nuestro por algo más que buenas críticas. Son obras de una riqueza cultural que ha quedado como testimonio, no solo de nuestra literatura, sino de nuestra historia y de nuestra idiosincrasia. La mayoría de ellos son populares por sus títulos, pero no siempre el lector se ha atrevido a adentrarse en sus páginas. Proponemos un acercamiento para los que aún no los conocen y una revisión para aquellos que ya los hayan tanteado en alguna ocasión. En ningún caso defraudan. La lista es tan basta que debemos hacer una pequeña selección a modo de aperitivo, a partir de la cual cada lector pueda continuar explorando. Cada libro es una rama que lleva a otra y a otra y a otra»
A partir de aquí, doy una lista de autores y novelas que yo considero imprescindibles y que, además, me he leído. Cervantes, Baroja, Quevedo, Zambrano, Chacel, Matute, Laforet…
El artículo pasó la prueba y ya puedo decir que soy redactora freelance. ¿Esto significa que los arcoiris han llegado para quedarse? No. ¿Sabéis lo que pagan por un artículo de 500 palabras? 2,60€. 3€ si tienes suerte (así que en mi caso serían 2,60€), de lo cual podemos deducir que para vivir de redactora freelance tendría que:
-Escribir 24 horas al día arriesgándome a padecer para siempre: dolor de metacarpo, 10,25 dioptrías en cada retina, problemas de cervicales, mala digestión, cáncer de colon y degeneración muscular.
O, en su defecto,
-tener un familiar muy rico, que este familiar muera, ser yo su preferida y que me dejara una buena asignación mensual, como le ocurrió a Virginia Woolf.
Yo tengo una habitación propia, lo que no tengo es lo otro.
Elena Ferrante no estaba en mi lista de clásicos, porque no es literatura española, sin embargo, en su novela «La amiga estupenda» (primera de la tetralogía Dos amigas), da muchas pistas de cómo hacerse rica. Bueno, en realidad no, son solo fantasías de dos niñas en el preludio de la adolescencia que sueñan con salir del barrio napolitano en el que se han criado y regresar como unas señoras. Con coche y todo. Me pregunto si Elena Ferrante fue alguna vez redactora freelance y se dejó el cuello y la vista escribiendo artículos de 500 palabras a 2,60€.
Hay muchas escenas de la novela (la leo y la concibo en escenas, como si fuera una película) que me resultan muy familiares, como si yo ya las hubiera vivido. Como si yo ya hubiera tenido doce años (y trece), y me hubiera criado en un barrio pobre del que me moría por escapar. Incluso, me identifico un poco Lenú, la narradora. Lina, su amiga, parece tremendamente lista y tengo una curiosidad bárbara por saber qué será de sus vidas en el transcurso de las próximas páginas. ¿Se convertirá alguna de ellas en redactora freelance y escribirá artículos de 500 palabras por 2,60€?
Espero que no.
Una habitación propia. Capítulo 2
Mi tía, Mary Beton —dejadme que os lo cuente—, murió de una caída de
caballo un día que salió a tomar el aire en Bombay. La noticia de mi herencia me
llegó una noche, más o menos al mismo tiempo que se aprobaba una ley que les
concedía el voto a las mujeres. Una carta de un notario cayó en mi buzón y al
abrirla me encontré con que mi tía me había dejado quinientas libras al año
hasta el resto de mis días. De las dos cosas —el voto y el dinero—, el dinero, lo
confieso, me pareció de mucho la más importante. Hasta entonces me había
ganado la vida mendigando trabajillos en los periódicos, informando sobre una
exposición de asnos o una boda; había ganado algunas libras escribiendo
sobres, leyendo a ratos para viejas señoras, haciendo flores artificiales,
enseñando el alfabeto a niños pequeños en un kindergarten. Éstas eran las
principales ocupaciones permitidas a las mujeres antes de 1918.
Virginia Woolf