En ‘La verdad de los domingos’, Juan Bey nos llama mentirosos e hijos de puta. Al público. También se lo llama a sí mismo. Llegar a una conclusión así no es fácil y, sobre todo, no es cómodo. Si no tienes mucha costumbre de ir a ver obras de teatro que se salen fuera del circuito comercial, te puedes revolver en la butaca y pensar «¿Me he gastado 12€ para que este tipo me llame mentirosa e hija de puta?» Pero si conoces el teatro y sabes que es incómodo, que tiene, sobre todo, que espetar y despertar conciencias, sonreirás y pensarás «Joder, qué bueno».
En cierto modo, llegar a esa conclusión y saber que has llegado es importante, aunque solo sea por el recorrido que debes hacer en tu trayectoria personal. Recorrido que incluye muchas preguntas sobre quién eres y cómo has llegado hasta aquí (hasta el momento presente en el que te encuentras como sea que te encuentres). Después, ya si eso, se puede desandar lo andado.
En su monólogo, Juan Bey nos dice que nadie está libre de contribuir a una sociedad hipócrita. Cada uno de nosotros por separado y, sobre todo, cuando nos juntamos para hacer cosas, hacemos de este mundo un lugar peor. Sin embargo, deja un pequeño espacio para algo que puede denominarse amor, pero que al final no aclara muy bien qué sentido tiene en toda la historia.
Existe otra teoría leída en otros libros, expulsada de otras mentes con otras experiencias y otras formas, por tanto, de ver el mundo, que nos dice exactamente lo contrario: que la mentira, a veces, es necesaria, y, sobre todo, que puede evitar males mayores. Que el mundo no es tan malo ni nosotros somos tan horribles y que hacemos lo que podemos para sobrevivir.
Yo me pregunto ¿es suficiente con la intención de hacer lo que se pueda? Y también me pregunto ¿hay que mentirse a si mismo para sobrevivir al desaliento? Y la última pregunta que tengo respecto a esto es ¿no hay mentiras que son absolutamente relativas? Es decir, que dependen de un momento determinado, incluso, de un espacio determinado y que fuera de ese momento y ese espacio dejan de ser mentiras.
En la película de Hirokazu Kore-eda ‘Un asunto de familia’, las mentiras son un refugio y casi la única posibilidad de salvarse del frío y de la soledad. La belleza con la que Hirokazu teje la red de personajes que conforman su particular familia, nos hace preguntarnos por lo que importa. Por lo que importa de verdad, aunque sea mentira.
Elena Fortún nació en una época en la que tuvo que mentir para sobrevivir. La mentira de su condición sexual no le reportó, sin embargo, ninguna felicidad, pero tampoco lo hubiera hecho la verdad. Se casó con un hombre al que no quería y soportó desde niña que la consideraran rara por sus inquietudes intelectuales. Inquietudes que espantaban a los posibles pretendientes que no las quieren demasiado listas. Hubo una época en la que la mujer no tenía permitido ser inteligente ni tener inquietudes artísticas, científicas o intelectuales. Una época muy larga. Por eso ahora los libros de literatura, de ciencias, de historia o de filosofía no contienen nombres de mujeres. No porque no las hubiera, sino porque, como no estaba permitido, permanecieron en la sombra.
Elena Fortún escribió en los años treinta una novela titulada «Oculto sendero». Antes de morir entregó el manuscrito a una amiga para que lo destruyese, pero ésta no lo hizo. La novela iba dedicada a «todos los que equivocan su camino y aún están a tiempo de rectificar» y es un crudo testimonio de lo que fue su vida. Una vida en la que tuvo que ocultar, casi todo el tiempo, sus deseos y pensamientos. Su identidad. La novela se publicó en 2016, más de ochenta años después.
Oculto sendero
¡Qué niña esta! —se lamentó mamá, dirigiéndose a Jorge—. ¡No tiene usted idea de lo que he sufrido con ella! Ha sido un chicazo desde que nació… Como yo estuve tan malita al dar a luz, pasó más de media hora después de nacer sin que pudieran atenderla y todos decían: ¡es un niño!, ¡es un niño! ¡Tales berridos daba…! Y luego eso mismo me he tenido yo que repetir muchísimas veces. ¡Es un chico! ¡Es un chico…! Sin embargo, luego tiene cosas de niña tonta…
Elena Fortún