Volver a lo salvaje nunca fue tan fácil y tan difícil. Tan fácil en teoría, porque palabrear siempre es fácil y, sobre todo, ahora que todos tenemos la oportunidad de hacerlo en cualquier formato y plataforma. Lo complicado no es transformar una idea en palabra, lo complicado es, por un lado, llegar a esa idea y, por otro, transformar esa palabra en una realidad palpable. Y que funcione, porque realidades que no funcionan ya tenemos unas cuantas.
Aunque no siempre el propósito de la palabra es convertirse en una realidad palpable que funcione, cuando sí lo es, debería dirigirse a ese propósito y ceñirse a él. Un ejemplo de palabras que no se transforman en realidad palpable que funcione, aunque nacieron para tal fin, es la Constitución. Podemos pensar que no es que no funcione, sino que está escrita para que la interprete cada una a su antojo y no podría ser de otra manera si pensamos que se trata de un texto que contentó, en su momento, a varios grupos ideológicos. O eso nos han hecho creer desde hace más de 40 años.
Centrando el tema, nada de diatribas contra la Carta Magna, sin la cual, seguramente, estaríamos mucho peor. El tema que nos ocupa es lo salvaje y el hecho de que hablar de volver a lo salvaje es más fácil que volver a lo salvaje in fact. Pero quizás esto se deba a que esa idea de vuelta a los salvaje no está siendo honesta y coherente con la sociedad que somos ahora y peca por dos extremos: fantasía y dejadez. Si nos preguntamos ¿qué es volver a lo salvaje? posiblemente nos vengan un montón de respuestas a la mente y algunas muy locas. También nos vienen películas y libros. Me viene a la mente Jean-Jaques Rousseau y su teoría del buen salvaje, aunque nos queden muy lejos. Ya sabemos que el señor Jean-Jacques miraba con buenos ojos a tiempos primigenios para buscar explicación (y consuelo) ante la barbarie que imperaba en la sociedad de su época. No es que sus estudios y teorías no sean válidos, hay que leer a Rousseau, pero no nos sirven para contestar a la pregunta ¿qué es volver a lo salvaje? a día de hoy.
Otro Jean, unos cuantos años después, en 2014, narró la historia de una mujer que decide volver a lo salvaje, aunque de forma temporal. Este regreso a la naturaleza tiene como objetivo huir de una etapa tóxica de la vida y, quizás, encontrar un sentido a la existencia cuando éste se diluye en una realidad cotidiana insoportable. La película, protagonizada por la actriz Reese Witherspoon, está basada en la experiencia real de Cheryl Strayed y nos sirve para adentrarnos en lo que significa la vuelta a lo salvaje hoy día. Una huida del pasado y del presente en la que una mujer se enfrenta a un reto físico y mental que carece, sin embargo, de un final épico. Cosa que se agradece. Esta vuelta a lo salvaje podría ser un tipo de vuelta a lo salvaje muy acorde con quienes somos ahora. Nada de volver a las cavernas o a construir casas de adobe, sino solo una toma de contacto que nos haga mirar el mundo desde otros prismas. Al contrario que en la película Into the wild, dirigida por Sean Penn, la protagonista no quiere dejar la sociedad para siempre y vivir en plena naturaleza con lo que ésta le ofrezca. No ha renegado de la civilización y tampoco pretende cambiarla o reflexionar sobre sus vicios. Por eso, quizás, como enseñanza filosófica se queda algo corta, cosa que no le ocurre a la película de Sean Penn que, además, está basada en un hecho real. La historia de Christopher Johnson McCandless no deja indemne a nadie, más allá de que esté rodada con gran acierto y belleza, sin embargo, en este caso sí estamos ante una vuelta a lo salvaje incoherente con lo que somos hoy día.
Menos delirante, sobre todo en su desenlace, es la historia de Ben, el padre viudo que vive con sus seis hijos en un bosque alejado de la civilización. Este ‘Captain Fantastic’, que a veces parece salido de un cómic, nos ofrece una visión de los problemas de ambos mundos y nos arrastra a reflexionar, pero evitando juicios precipitados. Al final de la película, Ben establece un consenso consigo mismo, consciente de que no puede apartar a sus hijos de la civilización y consciente también de que puede educarlos (ya lo ha hecho) de forma diferente. Sería, en este caso, una vuelta a lo salvaje que salvaguarda mucho de lo mejor de ambos mundos, aunque, por supuesto, sin evitar los conflictos.
En definitiva, no podemos volver a lo salvaje tal y como algunos relatos nos dibujan, pues sería delirante, además de frustrante, pero sí podemos transformar toda esa literatura, a veces vacua, en un vínculo nuevo con lo que queda de salvaje en nosotros y fuera de nosotros. Ese vínculo pasaría por respetar la naturaleza como si fuera nuestra propia casa o nuestro coche último modelo. O nuestra descendencia. Favorecer políticas ecológicas, mantener el entorno limpio, adquirir productos de proximidad, generar menos residuos y establecer unos límites a la hora de interactuar con el planeta. Esta sería una extraordinaria y coherente vuelta a lo salvaje, nada delirante y bastante poco épica, pero muy asumible. Una realidad palpable y que funciona, más allá de las palabras.