Recuerdos

Si tú y yo vivimos la misma experiencia, ¿por qué nuestros recuerdos son distintos?

La primera vez que me di cuenta de esto fue en un viaje a Bari, Italia. Si visualizamos Italia como una bota gigante y el tacón de la bota se disfrazara de columna romana, Bari sería el capitel. O quizás el entablamiento. Antes de visitarla, ni siquiera la ubicaba en el mapa y tampoco sabía que era la ciudad de origen de Francesca ni que Robert la había visitado por casualidad. Como yo. Francesca y Robert se conocieron en Iwoa, pero su vínculo con Bari ya existía antes de su primer beso. Bari fue antes que Iwoa. También para mi, porque no vi ‘Los puentes de Madison’ hasta poquito después de conocer Bari, siendo todo pura casualidad.

Buscaba una ciudad que pudiera servirme de lanzadera a Serbia y que, al mismo tiempo, hiciese las veces de campamento base en el que repostar antes de volar a la península balcánica, que era mi destino final. Un viaje tan largo bien merecía una parada para degustar alguna otra ciudad intermedia y mi ignorancia geográfica me llevó a creer que esa ciudad podría ser Bari. 11 horas de avión y dos escalas, además de un artículo sobre Bari, me hicieron reconsiderar mi aventura y eliminé la opción de Serbia, donde viajé, eso sí, al año siguiente. En aquella ocasión, viajé a la capital de la región de Apulia. Al hogar de Francesca sin saberlo (aún).

El viaje lo iba a hacer sola, ya que mi anterior experiencia en Bolonia había sido esplendorosa y no me importaba repetir, pero, al final, viajé con una amiga y es con ella con quien comparto los recuerdos del viaje. En mi caso, son todos deliciosos, tengo que confesar, porque Italia es un poco así. Sin embargo, al volver de Bari y contar nuestras anécdotas entre amigos comunes, me di cuenta de que no solo reseñábamos acontecimientos diferentes, sino, en ocasiones, parece que los hubiéramos vivido de diferente manera.

¿Es curioso, no?

Creo que nuestros recuerdos tienen mucho de nuestra forma de relacionarnos con el mundo, de nuestro carácter y también de nuestro deseo de cómo nos gustaría que fueran esas cosas (¿de cómo nos gustaría que hubieran sido?) Además de todo esto, sabemos que el cerebro construye los recuerdos, que rellena los huecos que vamos olvidando con pasajes imaginarios o prestados. Yo aquí tengo una teoría muy tonta, creo que nos cuesta más recordar lo que comimos ayer que las anécdotas de un viaje de hace tres veranos, porque construimos los recuerdos. No es solo porque el recuerdo de un viaje tenga más peso en la memoria, que a veces hasta recuerdas lo que comiste cada día de tus vacaciones (todo delicioso por descontado), sino porque ese recuerdo lo hemos reconstruido ya muchas veces. Le hemos añadido elementos al compartirlo con otros, al mirar una foto, al sentir un olor… Lo que comimos ayer solas en casa se nos olvida, porque no lo reconstruimos ni es algo a lo que volvamos una y otra vez (como un viaje).