Cuando era pequeña me escondía para escribir. No puedo determinar ahora, pasado el tiempo, si me escondía por miedo, por vergüenza o porque necesitaba la soledad para centrarme en lo que quería contar(me). Supongo que era una mezcla de las tres cosas. El miedo tenía que ver con las regañinas que solían propinarme en casa cuando hacía algo que no correspondía a mi edad o a mi género o a mi clase social o… no sé. Mi madre y mi padre no veían con buenos ojos que me escondiera en general, mucho peor que me escondiera para escribir. Eso era de niñas raras. Esconderse. Escribir. No es que mi madre y mi padre fueran unos ogros que me impedían expresarme a través de la escritura (mi única y mejor manera, entonces, de hacerlo), pero supongo que había ciertos comportamientos que no sabían cómo enfrentar y este mío era uno de ellos. No eran tan jóvenes como para sentirse desbordados con la crianza de dos niñas y un niño, pero supongo que en aquella época y viniendo de donde venían, no podían hacer más.
La vergüenza iba prendida al miedo, claro. De alguna forma no quería avergonzar a mis padres o… no, eso quizás era demasiado peso para una niña de nueve años, eso es lo que pienso ahora, era otra cosa, era otra vergüenza. A lo mejor, vergüenza de hacer aquello que mis padres consideraban «raro» que hiciera, vergüenza porque leyeran lo que escribía, vergüenza por tener que dejar mi cuaderno y mi bolígrafo y enfrentarme al mundo.
Y la soledad, por supuesto. Ya desde niña me gustaba estar sola. Aún me pregunto por qué, aunque, como decía la psicóloga, «te pesan demasiado las preguntas». Sin embargo, sigo creyendo que yo buscaba la soledad por alguna razón de peso. Posiblemente por la misma razón que la busco ahora.
¿Alguna vez os han dicho esa frase de ‘te vas a quedar sola’? Es una frase muy cruel, no la frase en sí misma, sino el pensamiento que encierra y el sentido con el que se dice. Porque quien te lo dice, quiere verte sola. Pero no verte sola bien, sino verte sola mal. Sufriendo. Es cruel. Cuando Belén Gopegui dice que el lenguaje es digital y no analógico, es decir, que la palabra no guarda relación con aquello que nombra, pienso en la frase y en la de veces que me la han dicho. La verdad es que no tantas como pudiera esperarse de alguien que busca la soledad, y que tiene conductas que facilitan llegar a ese estado (a veces, incluso, inconscientes), pero suficientes para acordarme, de vez en cuando de ella. Gopegui también dice que «la escritura consiste en introducir una especie de música» que haga que la palabra guarde una relación con lo que nombra. Esa música podría ser el estilo, un estilo que puede matar al escritor (si es excesivo) o al lector (si es pobre). Esta es una idea también de Gopegui. No perder de vista lo que se está contando siempre fue importante para mi, tanto o más que el estilo, aunque no sé a qué viene esto. Yo, que no soy escritora, pero que quise serlo y me escondía para contar(me) otros mundos, no tengo muy claro ya qué es escribir, pero sí me acuerdo de lo que significó en otro tiempo. Y, sobre todo, de lo que me hacía sentir. De la excitación, pero también de la paz.
Sé la puerta por la que salí de la escritura, la precariedad, pero no paro de preguntarme ¿por qué puerta entré?