COBARDE

Es 15 de abril. Llevo un mes y un día confinada en casa. En realidad, llevo un mes y un día a salvo en casa. Alejada de un virus que nos ha pillado a todos en paños menores y que está matando a muchas personas. No voy a dejar constancia aquí de cuántos muertos van, no soy periodista de El Mundo, pero sí de cómo estoy llevando yo esta situación y de todo aquello que me llama la atención. Y lo hago porque una amiga me pidió que le enviara un vídeo contándole cómo estoy y cómo llevo el confinamiento y, a pesar de que hacerse un vídeo a una misma me parece una experiencia horrible, me sirvió para verbalizarlo y concentrarme en algunos pensamientos que, a lo mejor, estaba dejando pasar. No obstante, escribo sin demasiada inspiración, sin demasiadas ganas e intoxicada por la sobre información y la sobre exposición de las que somos partícipes en estos tiempos. Aunque, sobra decir que ninguno de estos dos vicios son causa de la pandemia. Los arrastramos de antes.

Como le dije a mi amiga en el vídeo, llevo bastante bien el confinamiento, aunque me sabe mal decirlo. Hay tantas personas quejándose de esta supuesta “falta de libertad”, algunas con muchas razones y otras con ninguna, que expresar abiertamente que lo llevas bien está peor visto que votar a VOX. Sin embargo, así es: lo llevo bien a pesar de que no soy una persona casera. Me encanta estar en la calle, salir, pasear, descubrir nuevos rincones de mi ciudad, perderme por las calles, sentarme en las terrazas (a quién no), en fin, zascandilear sin rumbo. A pesar de eso, estar en casa un mes sin salir nada más que una vez a la semana a comprar, no se me está haciendo nada pesado. ¿Por qué? Supongo que por varias razones.

En primer lugar, creo que he asimilado desde el principio que esto es un cese temporal de la vida y eso me gusta, porque me permite descansar de algo que ya me tiene muy exhausta: la incertidumbre y la precariedad laboral, el estrés, las masificaciones, la falta de civismo, los gritos, la contaminación… Por otro lado, vislumbro con bastante nitidez que el drama no está en mi casa ni en mi experiencia, sino en los hospitales, en las residencias de ancianos, en los hogares donde hay violencia y pobreza… Tragedias anónimas que se suceden día tras día y que no me permiten, siquiera, avistar mi confinamiento como una molestia.

Yo siempre he tenido bajones emocionales y días malos. Insomnio, ansiedad, episodios de mucha tristeza y, la verdad, este confinamiento no ha intensificado mis neuras. Creo que incluso las ha pacificado. Lo que más me preocupa de lo que está pasando no tiene tanto que ver conmigo, sino con todas las personas que están muriendo, solas y asustadas, a causa del Covid-19. Sobre todo, personas mayores. Eso es lo más terrible y lo que me hace sentir una insondable desolación compartida. Lo único que quizás ha cambiado desde que estoy confinada, es que ahora me machaca menos mi principal preocupación y la incertidumbre que rige mi vida. O quizás la evito y por eso disfruto tanto de la soledad y la tranquilidad de mi pequeña casa y de mi gata. Porque sé que cuando esto termine y vuelva lo que todos llaman “normalidad”, mi estrés y mi angustia por encontrar mi lugar en el mundo regresarán.

Un argumento de cobardes, sin duda.

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