Yo también lo fui, o quizás lo dije más de lo que lo fui, porque pensaba, por aquella época, que acostarse con hombres significaba ser su amiga y, sobre todo, que acostarse con muchos hombres significaba ser muy amiga y mucho amiga. Supongo que también pensaba que ser amiga del jefe me permitiría compartir algunos de sus privilegios, además de que me mantendría alejada del rol que la sociedad me quería imponer por ser mujer. Todo falso.
Decir que me llevaba mejor con los hombres me convertía en una mujer con dos cabezas: en una puta y en una mala feminista. En una puta para los demás y en una mala feminista para mi, aunque, por entonces, yo solo era consciente de lo de puta y lo llevaba con orgullo, algo con lo que ahora flipo un poco también, pero en fin. Cuando digo «mala feminista» lo digo sin ironía (y con un poquito de acritud), porque llevarse mejor con los hombres, en esta sociedad en la que los hombres nos sobrepasan en privilegios, solo significa una cosa: que la conciencia feminista aún la tenemos en pañales.
En realidad, ese tipo de amistad es una trampa. Una se cree empoderada con ese rollo de ser como ellos y evitar el «coñazo» de las mujeres, o creerse por encima de ellas, de esas cursis, de esas locas, de esas que ponen a parir a sus parejas, pero, en realidad, no eres más que una bámbola del sistema patriarcal. Una pieza más. Con los años te das cuenta de que, claro que no tienes por qué tener nada que ver con la mayoría de las mujeres, pero eso no te exime de ser feminista y reivindicar un mundo igualitario. Tampoco tienes nada que ver con la mayoría de los hombres de los que te crees amiga y sin embargo ahí estás, creyéndote uno de ellos. Y eso significa despreciar a las mujeres de una u otra forma y seguir contribuyendo al peligroso mensaje de la competitividad entre mujeres. Es como el obrero de derechas o el negro de VOX, que, más que contradicciones son inflamaciones cósmicas.
Todo esto no significa que una mujer no pueda ser amiga de un millón de hombres, de hecho, una mujer debería poder sera amiga de un millón de hombres y de quien le diera la real gana, pero siendo consciente del absurdo de la frase «Me llevo mejor con los hombres que con las mujeres» y siendo consciente también de que se trata de una amistad basada en la imitación.
No normalicemos lo que no es normal, venga.