Resulta que hay una práctica entre las personas que tienen algún tipo de vínculo que se llama “ghosting” y dicen que está directamente relacionada con las nuevas tecnologías y las redes sociales. Leyendo de qué práctica se trata, sin embargo, no estoy de acuerdo en que sea algo que ha nacido en esta era o que hayan inventado las redes sociales o los llamados ‘millennials’. No sé si es muy insolente pensar que lo que pasa ahora no ha pasado nunca y que con las redes sociales se ha descubierto la pólvora.
Sin ir más lejos, el primer “ghosting” que yo recuerdo es el que se marca el marido de La Madre, la novela publicada en 1934 por Pearl S. Buck. El tío se larga sin decir adiós dejando a su mujer e hijos sumidos en la pobreza. Y esto, aunque ahora digan que es muy chic y lo definan con un término anglosajón, ha pasado desde el principio de los tiempos en todas partes. Incluso allí donde no se habla inglés. No hay nada nuevo en marcharse a la francesa. Lo único nuevo es que ahora hay más conexiones que cortar, no basta con no contestar a las cartas y no aparecer por tu casa o tu ciudad, como hizo el marido de La Madre. Ahora tienes que ignorar a la persona en todas tus redes sociales y, a lo peor, bloquearla.
En mi caso, el hecho de leer la novela de Pearl S. Buck tan joven me hizo asimilar como algo “normal” que tal cosa podía ocurrirme a mi, es decir, que podía estar felizmente en relaciones con un chico y que, sin previo aviso, desapareciera. Así ocurrió, de hecho, en algunas ocasiones, pero no siempre lo dejé estar y busqué una explicación a los hechos. El famoso por qué. Pero claro, cuando alguien desaparece sin decir adiós (lo que ahora llaman “ghosting”) buscarle para que te de explicaciones no es muy ortodoxo. Buscarle significa que no entiendes las reglas del juego, bien lo sabía Paco Lobatón. Si alguien se marcha sin explicaciones es porque no quiere darlas. ¿Está en su derecho? Por supuesto, todos somos libres de actuar como nos dicte nuestra voluntad y la educación de cada uno es tan personal como el paladar. Pero, de igual forma, todos somos libres de pedir explicaciones si las necesitamos.
Luis Rojas Marcos, el psiquiatra, dice que, en efecto, las necesitamos. En su ensayo «Nuestra incierta vida normal», Luis Rojas dice «Los seres humanos no toleramos el vacío que supone la falta de explicaciones». Se refiere aquí al hecho, no tanto de pedir explicaciones al otro, sino de interpretar su comportamiento en particular y los avatares de la vida en general, de tal forma que hallemos una explicación positiva que nos evite un estado pesimista de las cosas.
Además del “ghosting”, se habla mucho de otra práctica a la que han puesto el nombre de “slow fade” y que consiste en ir cesando el contacto con la otra persona de forma gradual hasta que esa persona se de cuenta por sí misma de que pasan de su jeta (se me ocurre que esto podría llamarse también ‘Slow face’) Se fingen descuidos, dificultades o compromisos y se provoca que la relación se evapore por ciencia infusa. Otra práctica que se ha usado toda la vida, aunque nunca le habíamos puesto nombre. Esta forma de dejar a alguien es quizás menos sangrante que el “ghosting”, aunque no es muy noble si se usa para mantener a la otra persona en la despensa e intentar aprovecharse de ella en las épocas de hambruna. Más o menos para lo mismo se puede usar el “ghosting”, que es muy lícito cuando quieres desconectar de alguien tóxico, pero muy poco noble cuando se usa para dejar en suspenso una relación hasta que vuelva a apetecer retomarla.
En cualquier caso, las nuevas tecnologías no han inventado estas prácticas, lo que sí han hecho es contribuir a generar relaciones mucho más superficiales. En este punto, yo destacaría el papel de las aplicaciones y web para buscar pareja. Unas y otras fomentan un tipo de relación en la que no se llega a profundizar (bien porque no se quiere, bien porque no se sabe) y que empiezan y terminan como quien empieza y termina una bolsa de pipas. No digo que esto no haya existido siempre, ni que una no pueda encontrar relaciones profundas y enriquecedoras en Tinder, por ejemplo, pero es más complicado. Y, sinceramente, no creo que sea el objetivo de tales plataformas.
Para algunas personas, el objetivo es muy claro y las redes sociales y las aplicaciones tipo Tinder son una magnífica herramienta de «trabajo», porque pueden cortar sus vínculos sin conflictos y, en casos de psicopatía extrema, no cortarlos y mantener eso, una red de personas a su disposición. Y no me refiero a las personas que claramente te dicen «no busco una relación, solo quiero sexo con todo el que se me antoje», que eso sería lo ideal. Pero lo ideal casi nunca sucede. Muy pocas personas, al menos muy pocos hombres, confiesan sus verdaderos deseos en en sus primeras citas. Y el tiempo que nos ahorraríamos si lo hicieran, chica.
Particularmente, he conocido hombres a los que se le da muy bien empezar y terminar relaciones sin ningún tipo de cortesía. O, y esto es aún más flipante, dentro de la misma relación cambiar el orden de las prioridades, de los tiempos y de los factores sin despeinarse. Es decir, lo que ayer era una relación sentimental, hoy es una relación de amistad y mañana una mezcla de ambas, o bueno, ya vamos viendo. Hoy hacemos planes de viajar juntos y de repente, bueno, dónde vamos a ir que se esté mejor que aquí. Hoy quiero verte cada día y mañana, bueno, ya si eso. Ahora sí, por favor, te hecho de menos y mañana, bueno, es que tengo mucho trabajo. Una amiga me contaba que en esas ocasiones sentía como si se perdiera un capítulo de la relación y esa es, en efecto, la sensación que produce esa práctica. Es como perderse un capítulo de la serie que llevas viendo varios meses y que te da la vida los martes por la noche, tras un duro día de trabajo. Qué serían capaces de hacer los fans de Netflix si les negaran ver un par de capítulos de su serie preferida justo en todo el medio de la trama. Si los eliminaran sin previo aviso ni explicación. ¡Poof! Supongo que se rebelarían ante tal falta de tacto por parte de la plataforma y se echarían a la calle con cacerolas a exigir la emisión inmediata de los capítulos eliminados. ¿No? Qué menos.
Pero esto, queridos mios, Netflix nunca lo haría.
En el caso del «slow fade» no podemos salir a la calle en tropel exigiendo una respuesta a nuestros partenaires, resultaría, cuanto menos, psicótico, pero nadie en su sano juicio puede decir que no quiere enterarse de ese capítulo que le han negado y que ha hecho que, de un día para otro, su pareja se convierta en un señor que pasaba por ahí. Y no digo que una relación no pueda cambiar de estado a lo largo del tiempo, que no se pueda cambiar de opinión o perder el interés, claro que sí y es muy sano. Pero, quizás en eso, sí tendríamos que imitar a Netflix y hacer las cosas bien.
A ver, si en una relación más o menos duradera (no me refiero, por supuesto, a cuando conoces a alguien en un bar y echáis dos polvos), no se marca el final de manera clara, ¿cómo se sabe que ha finalizado? Por supuesto, si alguien que te ha estado dando los buenos días cada mañana deja de hacerlo de un día para otro, o pone excusas para no quedar, o desaparece sin rastro, te da una pista de que la relación ha terminado. Pero también te da una pista de que la persona con la que estabas era un poco gilipollas, sin embargo, esto no compensa el sentimiento de confusión que se queda clavado durante mucho tiempo.
Por ello, ni «ghosting», ni «slow fade» ni gaitas. Hagan las cosas bien, caballeros y señoritas.